viernes, 15 de julio de 2016

Camino hacia la sororidad.

Del latín soror, sororis, hermana. En inglés, sisterhood.


"Se trata de una alianza entre mujeres, propicia la confianza, el reconocimiento recíproco de la autoridad y el apoyo. Según Marcela Lagarde
La Sororidad es entonces una práctica política y ética dentro del feminismo. 





Todas tenemos una historia con alguna mujer (o varias mujeres) donde nos hemos enemistado, las hemos visto como rivales, y consciente o inconsciente hemos querido que le suceda algo malo, desde algo “inocente” como que termine con el novio o que se quede sin trabajo. Da vergüenza decirlo, pero hay que aceptarlo. Esos son solo ejemplos comunes, porque también hemos conocido casos, donde las “rivales” en cuestión terminaron golpeándose en público. Triste. Y lo hemos visto con la naturalidad mórbida del caso: mujeres “envidiosas”. Casi nunca nos hemos puesto a pensar, que esas chicas pudieron ser amigas, si el sistema no las hubiese educado para hacer “competencias” imaginarias en cuanto a belleza, novios y otras categorías inventadas para la discordia.

El camino a la sororidad no se da de la noche a la mañana. Esa sospecha con que vemos a otra mujer que sentimos que nos “amenaza” nos hace tomar una actitud defensiva para con ella. Pocas veces nos atrevemos a querer saber sobre ella. Preferimos juzgar por adelantado e incluso hemos sido tan machistas que nos molesta su sola presencia, porque a nuestro parecer ella “no es la gran cosa”. Esto no es sano ni lo será. Esa competencia por el simple hecho de coincidir en género nos lleva a tener actitudes machistas e incluso, celebrarlas. Las celebramos cuando nos reímos de una mujer sin saber el porqué de su desgracia. Si está llorando en público, asumimos deliberadamente que llora por un hombre, sin saber qué le pasa, si no es lo suficientemente femenina, especulamos su orientación sexual, si está tomando y repentinamente comienza a ser alegre, la tildamos de fácil o loca. O si alguien hace un comentario de su estilo de vida, tomamos ese comentario como palabra de dios, dándole las peores etiquetas, y la mayor parte del tiempo ¡ni sabemos quién es ella!

Un punto de desencuentro son los hombres. A todas nos ha pasado que por algún novio, ex novio, ligue, ex ligue, amante, marinovio, lo que sea, nos hemos declarado enemigas a muerte con “esa” mujer. Y al susodicho pocas veces los hemos confrontado con la seriedad el caso, se nos olvida que, para que exista una infidelidad debe haber un acuerdo entre los dos. Pero nos hemos enfocado en que “esa” mujer nos ha “arruinado” la relación, cuando quizá esta desde hace ratos venía mal. Nadie cambia ni deja de querer de la noche a la mañana. Falta reexaminar nuestras relaciones y dejar de creer que todo es culpa de la persona que como dice Beauvoir es “la invitada”.

La anti sororidad se da incluso, en compañeras feministas. Y con esto, quiero ser clara en reconocer que dentro del mismo movimiento feminista, hay compañeras machistas, totalitarias y anti sororarias. Se requiere de objetividad para ver los sesgos en los movimientos e ideologías que apoyamos. De lo contrario, caemos en fanatismos que estacan el crecimiento personal y el movimiento mismo. Viendo estas anormalidades, es que podemos empezar a reparar y avanzar. 

Para quien crea, que no sé de lo que hablo, porque “no lo he vivido” traigo a colación, una experiencia con un amigo, cuya novia feminista le prohibió mi amistad, porque el sujeto le hablaba mucho de mí. Y con ella apenas habíamos hablado, pocas veces habíamos coincidido en algunos lugares debido a amistades en común, pero nunca hubo motivos para desagradarnos. Es más, yo la admiro por ser madre soltera y con un bagaje feminista tremendo, pero desde su sospecha hacía mí, decidí tomar un alejamiento prudente con mi amigo, con quien no había nada y en ningún momento hubo por su parte, insinuaciones de ningún tipo. A pesar de ello no dejé de sentirme mal, puesto que era una amistad perdida a causa de los celos. Luego supe que su sospecha hacia mí, no era la única, en general, la compañera le había prohibido al muchacho otras amistades femeninas. Caí en cuenta, que su sororidad estaba fallando. Eso, y su autoestima. Y cuando digo esto, no lo hago con ánimos de ofender. En ningún momento le he faltado respeto a la compañera. Me entristeció tener que alejarme de un buen amigo, por una rivalidad imaginaria, producto de celos, amor romántico, e inseguridades. De las últimas cosas que hablé con el amigo, me marcó una frase en particular: “¿Y sabés que es lo interesante? Que ustedes en algún momento se van a tener que encontrar por el feminismo” le respondí, “es posible”. Los caminos de una lucha común pueden llevar a encontrarnos. Y si sucede, quisiera que nos enfocáramos en lo que nos une: una lucha, un género, un deseo de ser mujeres distintas.

Es difícil de verdad, caminar hacia la sororidad, en un sistema y un contexto donde se nos educa para competir con nuestras iguales, y tomar frases como “maldita la mujer que en otra mujer confía” como algo digno de ir repitiendo. Es un proceso de ir rompiendo preconcepciones, y tomar valor de acercarnos a otras mujeres. De ya no ir rechazándonos porque “nos vemos más bonitas” o “tengo más dinero que ella” esa continua situación de ponernos en una balanza, cada que conocemos a una. Es suficiente con la balanza que hacen los hombres con nosotras, como para seguir reproduciéndola. Quizá está de más decir, que es esencialmente a las mujeres a las que nos interesa involucrar en la cuestión de género. Sin embargo, no se trata de obligar ni ser totalitarias. Un cambio así requiere de voluntad y decisión personal. Con ello no quiero decir tampoco, que es un interés exclusivo en las mujeres. Está claro que al feminismo le interesa involucrar también a los hombres, en este caso, las masculinidades están presentes en cómo se relacionan los hombres. No todos encajan en el patrón cultural, y esto les genera una presión social particular. Los géneros tienen procesos específicos, que enhorabuena servirán para un avance social distinto.

Mi experiencia con la sororidad es ésta: Toda mi educación básica fue en una escuela de niñas, y vi como las mismas maestras incluso, promueven la competencia, maestras machistas que no se dan cuenta de las inseguridades que provocan en otras niñas, cuando éstas no son como ellas dicen o quieren. Y en general la experiencia de toda joven, que por diferentes situaciones, le toca estar en círculos mayoritariamente masculinos, e interactuar fácilmente con ellos, por encontrar ciertos temas comunes, y crear círculos de confianza. Y es esa predilección, por la confianza que ofrecen ciertos hombres, que las mujeres creemos que los hombres son mejores amigos que las mujeres. No es verdad. Son casos muy peculiares puesto que así como hay hombres, quienes te brindan una confianza y un acompañamiento genial, hay hombres machistas que ven con desconfianza y hasta envidia, a una mujer que se desenvuelve bien en un medio que compartan. Hay hombres que no soportan que una mujer sea lo bastante buena en algo, e inclusive le supere.


La ausencia de mujeres en círculos masculinizados, nos lanza a rodearnos de hombres la mayor parte del tiempo, pero puedo decir que son valiosas, las alianzas que se logran hacer con las mujeres que se van integrando al círculo. Siempre hay temores, de no saber cómo acercarnos o llegar a ser amigas, de ahí el camino a ser sororarias. De a poco. Mientras tanto, te vas identificando con tu género. Te das cuenta que no podés juzgar a una chica solo por cómo luce, por su estilo de vida, o con cuántos hombres se acuesta. Vas recuperando la confianza en otras mujeres. Cuesta. Claro que cuesta. Hablamos de cambiar el chip por otro más sensibilizado. Te das cuenta que falta mucho por aprender y que apenas, te has aproximado al camino.