Me cansé de ser la segunda y un
día me animé a escribirlo. Pero no la amante o la novia a escondidas, sino la
segunda elección en las diferentes situaciones sociales: trabajo, estudio, literatura.
Cuando noté que parte de mi vida
se basaba en ser elegida después de que la opción masculina era descartada tuve
un profundo choque de emociones. Entre enojo, con quienes –quizá inocentemente-
basaban su elección en el género y no en la capacidad, y tristeza, porque sabía
que estas personas no caerían en cuenta jamás, que han absorbido perfectamente
el sistema patriarcal, donde una mujer necesita referentes.
Y me pasaba seguido. Mi trabajo y
mi talento debían ser pesados por una segunda y hasta tercera opinión,
mayormente masculina, donde se me valoraba. La sospecha hacía mí, venían por mi
género y sobre todo por mi edad. Una sospecha fundada en etiquetas,
en generalidades y hasta clichés, porque en un país con mentalidad retrógrada,
una mujer no puede saber o enseñar con la misma soltura o seguridad que un
hombre de la misma edad. Y entendía que de niñas se nos enseña al ocultamiento,
a la otredad, a asumir en silencio nuestro papel secundario. Y tenía que ser
así, la eterna segunda opción.
Y un día me cansé, y aquí estoy
escribiendo, sin ningún tipo de nostalgias o romanticismo, que es una verdadera
mierda tener que estar probando constantemente que te mereces tus logros, no
por bonita, ni por princesa, porque esas basuras mediáticas solo nos quieren con
una sonrisa de «aquí no pasa nada» y «está perfecto que el hombre sea valorado
antes que yo», que no necesite referentes para saber que él puede ser muy bueno en
lo que hace. El tema de los referentes fue uno de los que me alertó que algo
apestaba y no era solo invención mía. Varias ocasiones me vi en situaciones
donde necesita que un hombre dijera que sí, que soy una buena opción y que
además, valía la pena darme la oportunidad de demostrarlo. ¿La oportunidad? Sí,
nos dan una oportunidad en un mundo donde tus genitales y tu edad son clave
para saber de qué estás hecha. Las reglas generales no mienten: no se puede ser
lúcida, joven y talentosa al mismo tiempo, eso, si hacemos de lado que también
se nos evalúa físicamente: guapa y no muy guapa.
Cuando al hombre no se le evalúa
con los mismos criterios y desde ya tiene la posibilidad de ser elegido, ya no
sabés a qué atenerte. Entonces las mujeres tenemos que hacer malabares como
diosas hindús ah, y claro, sin renegar; porque la que se enoja se ve fea. Lo
notaba en el trabajo: de las compañeras a quienes se les atribuía mal humor o
demasiada disciplina, casi nunca o nunca se decía que eran buenas en su área,
pero eran jóvenes y necesitaron hacerse una máscara de mal humor, porque
entonces no se las tomarían en serio. De mí siempre decían que soy demasiado
seria o que no permito que se acerquen mucho, que no me relaciono con
facilidad. ¿Y si fuera lo contrario? Dirían de mí que soy una loquita que a
cualquiera le habla.
El paternalismo y el constante «te explico el mundo desde mis ojos y mi sabiduría masculina» porque en serio,
somos unas niñitas sin idea de qué trata el mundo, está en cada situación de la
vida, es posible que hasta nuestras parejas tengan a flor de piel ese
broder-buena onda-marxista-paternalista y no nos hayamos dado cuenta. Alerta,
mujeres, que ya es bastante que a diario nos pongan en una balanza y sean los
hombres los que tengan la última palabra.
De cuando me tocó ser escogida
por una mujer y ésta valoró primero al «contrincante» masculino sí me
bajoneaba. Me liquidaba los ánimos: El patriarcado nos había ganado en nuestra cara y se iba contento
con el botín más grande: nuestra conciencia de género. Me cansé y decidí que
escribiéndolo podía liberarme de ese pesar y vivir más alerta de la situación.
Me toca trabajar el doble, como siempre, para «probar» que merezco mis logros y
lo que peldaño a peldaño me ha tocado construir. Nos toca cuidar el paso, los
gestos, porque hasta la vida privada es motivo de juzgamiento y crítica. ¿Qué me seguirán
escogiendo después de los hombres o que a mis espaldas consultarán a otros
hombres sobre mi talento? No lo sé, quizá sí, pero estoy decidida a darles una
lección: soy más que vagina y 25 años.
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