La primera vez que escribí sobre
sororidad, fui atacada virtualmente por compañeras que se sintieron aludidas,
cuando mi reflexión venía desde mi experiencia con otras personas y cómo eso había
desgastado amistades, no hacía referencia a nadie en específico, puesto que la
historia incluía personas con las que no mantengo contacto. Pero causó
incomodidad, y algunas compañeras creyeron que me pintaba como la perfecta sororaria, cuando en mi
artículo iniciaba reconociendo que muchas veces fui injusta con otras mujeres,
y aun ahora me avergüenza decirlo. Pero me ayudó escribirlo y me sigue
ayudando, como hoy.
Con el tiempo seguí reflexionando
sobre el tema porque, personalmente, encuentro aquí un punto que se debe
trabajar muchísimo dentro del feminismo. Aclaro que no es un problema solo de
la generación feminista actual, porque esta rivalidad entre mujeres es histórica,
tiene sus raíces en el seno de la cultura patriarcal en la que vivimos. La han
experimentado en cada ola feminista, la han tenido presente, pero el término
como tal, es muy reciente, algunas teóricas opinan que es propio del siglo XXI.
Tendrá apenas 2 años de haberse incluido en el diccionario de la RAE.
Pero, ¿Existen límites en la
sororidad?
Algunas quizá nos hemos
preguntado esto en silencio, porque creemos que fallamos como feministas si lo
pensamos a fondo, pero la verdad es que la sororidad sí tiene sus límites: Ninguna
mujer debe pasar humillaciones, maltrato físico, virtual o difamación, por parte
de otra persona. Eso significa que sororidad tampoco es, a modo de comparación,
poner la otra mejilla para que me
ultraje otra mujer, y que debo permitírselo solo por su género. Porque hay
quien cree que se debe permitir todo en virtud de ser sororarias, y no es así.
Hay mujeres que disfrutan hiriendo a otras, porque su proceso de deconstrucción
no ha iniciado y quién sabe que se den cuenta que llevan una vida machista. No
podemos obligarlas a volverse feministas, pero tampoco podemos aguantar maltrato,
porque violencia es violencia, sin importar de quién venga.
¿Cuándo poner límites?
He conocido mujeres que también
agreden y esas situaciones con ellas, me sirvieron para establecer límites.
Sobre todo, en esta época donde las redes sociales son una vía para que las
personas se ataquen entre sí. Muchas de esas situaciones fueron por rivalidades
profesionales que llegaban a ser personales. Mi respuesta ha sido el
alejamiento directo. Recuerdo haberme sentido mal por bloquear a una de ellas,
que incluso se autodenomina feminista, pero que disfrutaba burlarse con de mí con
HOMBRES. Ahí es donde veo que la sororidad la entendemos conceptualmente, pero
trasladarla a la vida diaria es muy arduo. Y así hay casos de otras compañeras
que, como yo, han soportado humillaciones, o incluso han sido opacadas por
otras mujeres que se dicen feministas pero que en el fondo prefieren la
atención exclusivamente para ellas.
Solo al hablar de esto nos damos
cuenta de lo mucho que hace falta trabajar en el tema, no solo individualmente,
sino como colectivo. Porque, aunque tengamos en algunos casos, una lucha común
el patriarcado nos sigue ganando con rivalidades tan absurdas como pelear por
hombres o sentir envidia de una compañera exitosa. Imagínense que mi caso, hasta
llegué a sentir culpa, cuando quien se mofaba de mí era ella, porque ese es
otro mecanismo del patriarcado: La culpa, para que aceptemos todo, agachemos la
cabeza y normalicemos la violencia. Repito: Violencia es violencia de quien
venga.
¿Existen las relaciones de poder
entre mujeres?
Claro que sí. Una mujer puede
llegar a sentir dependencia de otra mujer hasta para decidir en asuntos íntimos,
buscar desesperadamente su aprobación y hasta desligarse de sus intereses
personales por entregarse a esa relación de poder amo- esclavo. No es una
amistad o relación sana, porque la mujer dominante establece qué se puede y qué
no se puede hacer, y se siente ofendida si la mujer dominada comienza a
sentirse asfixiada u opacada. En el caso que no se conozcan, la mujer dominante
buscará intimidar a la que ella considera una amenaza, la verá como una rival
que debe ser agredida.
También puede suceder que sean
conocidas, pero existan diferentes opiniones, y esto dentro del feminismo pasa muy
seguido, porque las distintas perspectivas, crean discursos antagónicos en los
casos más extremos, y el simple hecho de disentir ya es objeto de
enfrentamiento. Aquí debemos recordar que el feminismo tiene distintas luchas y
es oportuno opinar distinto, pero crear barreras solo logra una desintegración
que le resulta cara al movimiento completo. Aquí puedo poner de ejemplo el debate
que este mes vimos en varios foros, como la crítica del afrofeminismo al
feminismo blanco. Tema que aun desde la interseccionalidad debemos abordar con
más profundidad y honestidad.
¿Soy menos sororaria si dejo de
hablarle a esas mujeres que me han maltratado?
No. Estamos en el derecho de
elegir con quienes queremos seguir tratando. Hay personas toxicas, sin importar
su género u orientación. Lo percibimos por cómo opinan sobre otras personas, si
solo nos buscan para que les hagamos favores o porque creen que nosotras
tenemos que aguantarnos su ego, sus frustraciones y renunciar a nuestro tiempo,
nuestro espacio y a nuestra salud emocional. Lo recomendable es cortar por lo
sano. Pasa lo mismo que con una relación bañada de amor romántico, porque es esa
idealización de las relaciones que nos hace creer que el amor o la amistad son
reales si soportamos todo, y no es verdad. Si ya llegamos al punto de no
sentirnos bien, por las razones que sean, debemos cerrar este capítulo.
Continuar creciendo como feministas, estableciendo relaciones más sanas y
honestas desde el principio y no perder nuestra individualidad con quien
estemos. No pasar por alto las señales de maltrato, porque no somos menos
sororarias, simplemente nos tenemos autorespeto y amor propio.