Como ya saben me gusta hacer
reseñas de películas. Ya sea que las encuentre por casualidad o que por una
búsqueda a consciencia me tope con una joya o cuestione alguna ya vista y
conocida pero esta vez bajo la mirada feminista. Créanme, es un placer
increíble tomar conciencia de lo que se ve. Volverse exigente con el cine que
se consume presumiblemente por placer, que puede volverse un espacio de
reflexión.
Esta vez ofrezco una crítica a
una película llamada doble riesgo. La que puede ser vista bajo las bondades del
criterio de género y el test de Bechdel que es muy útil como ya referí en otras
oportunidades. Doble riesgo, puede pasar este test por las virtudes que muy
pocas veces nos muestran otras películas de este tipo, las que se pueden creer
inclusivas sólo por tener a una mujer de protagonista. La trama gira sobre la
desgracia que le ocurre a Liby, una joven esposa que es acusada de asesinar a
su marido y es encarcelada. Lo conflictivo aquí, es que Liby es inocente: Su
marido ha planeado su propia muerte para cobrar su seguro de vida. Aunque Liby
diga la verdad nadie le cree porque la sociedad patriarcal minimiza el discurso
femenino, sobre todo cuando se es presuntamente peligrosa: una asesina, una
mala mujer que mata al buenazo de su marido. Inconcebible. Lo honesto hubiese
sido que soportara todo, como esposa ejemplar. Pero no, Liby se portó mal y
debe ser encarcelada cuanto antes.
Para ella, lo más duro de estar
en prisión y ser inocente es que también ha perdido a su hijo. Su marido ha
escapado con el dinero y el niño. Debe cumplir una condena porque una apelación
sería inútil. Nadie duda de la maldad de una mujer asesina. Sobre todo cuando
el marido es un prominente miembro de la comunidad. En prisión, otras convictas
con el mismo crimen le aconsejan que cumpla su condena, mantenga una buena
conducta y al salir lleve a cabo su venganza: Según la ley, no se puede
condenar a alguien dos veces por el mismo crimen, es decir: ya que su marido
legalmente está muerto, puede matarlo y nadie podrá impedirlo. Esta nueva
información alimenta la fe de Liby, quien está dispuesta a recuperar a su hijo
y su propia vida.
Aquí ya podemos sopesar la
película según el test de Bechdel (que como ya he dicho, si bien no es una
herramienta rígida, es una guía muy prudente para olfatear micromachismos en el
cine). El primer aspecto es una protagonista muy definida, sin los estereotipos
de la damisela en apuros, Liby vence cada obstáculo gracias a su inteligencia y
tenacidad, lo que nos lleva al segundo aspecto, que valida y salva al primero:
La sororidad de las compañeras de cárcel, que le aconsejan que sea fuerte
mientras esté en prisión y no pierda de vista su objetivo. Ya que al faltar
otra protagonista, mostrar la solidaridad entre mujeres que viven
circunstancias parecidas fomenta el apoyo femenino. El tercer aspecto dice que
el argumento no debe centrarse en los hombres. Liby quiere vengarse de su esposo
por ser quien ocasionó esta desgracia en su vida. A pesar de ello, me parece
que la trama resalta el crecimiento personal de la protagonista. Se redescubre
fortalecida y llena de esperanzas, está decidida a encontrar a su hijo y en el trayecto
sorprende incluso al oficial a cargo de vigilar que cumpla su libertad
condicional, pero ella no debe esperar más tiempo, fue paciente durante su
condena ahora debe actuar rápido. Su marido ha asesinado esta vez a una segunda
mujer y ha cobrado su seguro, ahora es una venganza doblemente justificada: es
un misógino que debe pagar.
Y la ley está de su lado: No se
puede asesinar dos veces a la misma persona. El final cumple con lo que
conocemos como justicia poética, debe triunfar la verdad. El oficial de
libertad condicional descubre que Liby dice la verdad y decide ayudarla en esta
última etapa de atrapar al maldito. Ambos lo acorralan en su oficina y Liby
debe matarlo antes de que él se salga con la suya. Al final, consigue el perdón
total del Estado y se reencuentra con su hijo, la última prueba que debe cruzar
para constatar su propio valor.